Recuerdo mi primer día en Hogwarts como si fuese ayer.
Estaba aterrorizado. Todas las palabras de orgullo y alegría de mi padre sólo habían conseguido ponerme más nervioso. Había estado aprendiendo nuevas cosas ese verano, porque ir a Hogwarts iba a ser, a palabras de mi padre, "mi primera mejor experiencia".
Y allí, en aquel comedor inmenso, había demasiada gente. Tal vez no demasiada, pero sí demasiado excitados. Y yo sólo quería huír de allí, salir volando hacia aquel maravilloso cielo y desaparecer.
Y cuando pronunciaron mi apellido, me asaltó el afilado miedo de que el Sombrero Seleccionador me desgnase a la casa Slytherin. No hay ventanas en una mazmorra.
Pero fue Hufflepuff el nombre que salió de su boca de tela, y fue grande mi suspiro de alivio. Los aplausos y vítores me ensordecieron y me sonrojaron, y, una vez más, deseé volver a casa.
Días después descubrí que no todo era tan malo. Podía ver el cielo desde mi cama, y eso me consolaba gran parte. Las clases no estaban mal, y la gente me trataba bien. Y empecé a sentirme cómodo.
Hasta que poco después llegó él. Un chico de tez pálida y ojos oscuros y penetrantes, que se instaló en mi cuarto por sorpresa, arruinando la armonía que empezaba a gustarme.
Y cuando me paré a observarle, él me clavó los ojos y sonrió de oreja a oreja, saliendo a correr hacia mí con la mano extendida.
-¡Hola! Me llamo Hugo, Hugo Bagman, seré tu compañero. ¿Cuál es tu nombre?
-Me llamo Cedric, Cedric Diggory.
-De acuerdo, Cedric, pareces listo. ¿Me ayudarás? Necesito ponerme al día.
"Tendré que pensármelo", pensé para mí. Pero cuando me di cuenta ya le había dicho que sí, y Hugo Bagman ya me llevaba del brazo a la biblioteca.
Etiquetas: Pequeñas Historias para Gente Grande
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