-¡Atrápala, Cedric!
Mi mano se deslizó hacia adelante y mi escoba se desniveló, pero alcancé la quaffle. Justo a tiempo.
Rasgué el aire, esquivando a Flint, y clavé mi vista en los aros de gol. Mi mente, como siempre, se quedó en blanco. Y extendí en brazo tomando impulso, para conseguir lanzar antes que Martin Banks pudiese reaccionar.
-¡Hugo, a tu derecha!
El grito de la muchedumbre me desconcentró, y miré atrás sin poder evitarlo. Hugo cayó de su escoba, golpeado por una bludger mal intencionada, y se precipitó al vacío, demasiado lejos de mí.
Grité, pero no me oí. Y aunque dejé caer la quaffle y dirigí mi escoba, sabía que no llegaría. No así al menos.
Y el cuerpo de mi compañero tocó el suelo con un ruido seco, y yo salté poco después. Recuerdo que, cuando llegué a su lado, intentaba levantarse a duras penas y sangraba por la nariz.
Agarré su cabeza con mis manos y le miré con preocupación. Él se limitó a sonreír, con un gesto de dolor.
-¿Estás bien?
-¿Tú que crees?
-Que no.
-Sólo...estoy un poco dolorido.
Creo que le sonreí. Y ese fue mi segundo impulso atragantado, la voluntad de decirle que algún día yo sería capaz de deterner su caída.
-Es normal.
Etiquetas: Pequeñas Historias para Gente Grande
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